lunes, 27 de agosto de 2012

ALUMNOS DE 1ro. 2da. CULTURA INGLESA. AQUÍ LES DEJO EL PRIMER CAPÍTULO DE 1ro. B del Taller PARA QUE LO CONTINÚEN. TAMBIÉN PUEDEN CONTINUAR EL DE 1ro. A que publiqué más abajo, el 2 de agosto. Nos vemos....

EL DETECTIVE SIGUE SUELTO

CAPÍTULO I : Verduras fúnebres

Miré ansioso el reloj. Faltaban diez minutos para que tocara el timbre de salida, pero el tiempo no pasaba nunca. El profesor de Historia, Carlos Monje, insistía en que estudiáramos más y nos portáramos mejor. Un discurso archiconocido por todos nosotros que nunca se detenía en alguna de nuestras cabezas para ser analizado. Es que si no, teníamos que cambiar y eso exigía compromiso, responsabilidad, cosa que no nos gustaba demasiado.
De pronto me distrajo algo que pasaba en la calle. Acababa de estacionar un camión frigorífico en una antigua casa que se encontraba frente a los laterales de la escuela. Se bajó del vehículo un hombre de unos cuarenta años, morocho, alto y forzudo. Lo siguió por detrás otro muchacho más joven petisito, de pelo rubio rizado. Ambos entraron a la casona y salieron a los dos minutos portando un baúl de madera lustrada, tipo cofre, para no decir ataúd, de aproximadamente dos metros de largo por cincuenta centímetros de ancho.
Inmediatamente, miré a Fede y le hice señas para que tomara el papelito que había dejado en un banco vacío que nos separaba a ambos.
El mismo decía: "Acabo de ver algo extraño: dos hombres subieron un baúl de madera en un camión frigorífico, aquí enfrente". Antes de que Monje se diera cuenta, Fede leyó el papelito y me hizo una seña juntando los dedos pulgar, índice y mayor, moviéndolos al unísono. Cosa que yo interpreté como ..."Y... qué tiene de malo". Le hice otra seña de que lo charlaríamos a la salida.
Por suerte el maldito timbre sonó y en pocos minutos, Fede, el Piojo y yo nos encontrábamos en la vereda, pero el camión ya no estaba.
Mientras yo intentaba explicarle una y otra vez al Piojo lo que había visto, Fede, para ganar tiempo, decidió ir a preguntarle a los vecinos de la casa antigua para saber si ellos habían visto algo sospechoso o extraño.
Como no regresaba, dejamos la explicación y fuimos a buscarlo casa por casa, pero no lo hallábamos.
De repente, apareció con una mala noticia: ningún vecino se encontraba, por lo tanto el misterio continuaba.
Se nos estaba haciendo tarde así que decidimos volver a nuestras casas e intentar, por la tarde, en lo de Fede, desenlazar el nudo que estábamos haciendo. A las cinco en punto, el Piojo y yo tocábamos el timbre de la familia Dávila. Nos atendió Fede con la cara de recién levantarse.
Enseguida nos abocamos a trabajar en lo que nos interesaba. Buscamos en Internet algo sobre la marca estampada en el chasis del camión frigorífico en cuestión, pero nada...
- ¿O sea que los de la empresa fririgorífica no existen?
- Es fri-go-rí-fi-ca, Piojo- dijo Fede enseguida, para no empezar a discutir.
- Exacto, no existen - aseguré - o sea que el forzudo y el petiso no son empleados del frigorífico, entonces de quién.
En ese momento, llegó la mamá de Fede para preguntarnos si queríamos comer algo. Obviamente Fede la echó enseguida. Apenas cerraba la puerta, sonó el teléfono.
- Atendé vos, hijo, estoy ocupada.
Con pocas ganas Fede tomó el auricular. La voz del otro lado le pedía por su mamá.
- Es para vos, vieja.
Mientras esperábamos que Fede volviera de la cocina con unas masitas, escuchamos a su mamá hablar muy contenta por teléfono. Fede llegó con una panera y tres chocolatadas que nos apuramos a devorar. Al ratito, nos interrumpió Sonia, la mamá de Fede, para contarle a su hijo que había llamado Elena, su vieja amiga, la que vivía en la casa antigua frente al colegio y que le mandaba saludos.
Inmediatamente nos dimos cuenta de que Elena nos podría servir para averiguar lo que buscábamos.
Inventamos la excusa de que nos habíamos reunido para hacer un trabajo de investigación asignado por la profe de Formación Ética y Ciudadana, cuyo tema era "el barrio de la escuela". Por eso le pedimos a Sonia que nos contactara con la amiga que hacía minutos la había llamado.
- Sí!!! No va a haber problemas. La vuelvo a llamar y le pregunto si los puede atender ahora mismo, así no pierden tiempo ¿quieren?
Por supuesto que asentimos al acto. En menos de quince minutos volvió la mamá de Fede con la noticia de que Elena nos esperaba a las siete de la tarde.
- Cuando vayan, Fede presentate como "el hijo se Sonia".
- Obvio, mami!!!

- Chicos, acá no hay nadie, vámonos. - Pará, Piojo, un buen detective no se rinde tan rápido - le dije tratando de alentarlo.
- Es verdad, esperemos un rato más - me apoyó Fede.
Después de unos diez minutos, nos atendieron. Elena era un señora grande, de unos setenta años.
- Y ustedes, ¿quiénes son?
- Soy el hijo de Sonia - respondió Fede.
- Ah, sí, me dijo que vendrían. Pasen, pasen.
Nos preguntó qué necesitábamos. Era bastante grande, quizás contaba con más de setenta, porque parecía tener problemas con la memoria. No recordaba mucho lo que le había dicho Sonia. Así que nos fue más fácil interrogarla, pues no tuvimos que explicarle demasiado.
- Venimos a hacerle unas preguntas del barrio.
- Pregunten, pregunten, nomás.
Me había olvidado la libretita de detective en casa, así que tuve que conformarme con hacer anotaciones provisorias en un papelito medio arrugado que había encontrado en el cuarto de Fede.
- ¿Empezamos?
- Sí, sí - insistió Elena.
-¿Cuánto hace que vive aquí?
- Y... casi toda una vida: casi cuarenta y cinco años, desde que me casé.
- ¿Alguna vez, vio algo extraño en el barrio?
- Extraño, extraño... ¿como qué?
- ¿ Algún vehículo, un camión, por ejemplo, o gente rara? - se atrevió a preguntar Fede.
- Ah!, pero eso no tiene nada de raro. Son mi sobrino, Matías, y su amigo Juan cargando las verduras de mi huerta para llevar al mercado.
Mientras trataba de dibujar en mi cabeza la absurda escena de un cajón de muertos lleno de verduras, sonó el timbre.
- Ya vengo, chicos.
Nos miramos con Fede, pero no pudimos enunciar palabra porque, en un segundo, entraban al comedor donde nos hallábamos los dos tipos del camión frigorífico.
- Pasen, pasen, estoy con el hijo de una amiga y sus amigos.
- ¡¡Hola!! - saludamos casi a coro.
- Qué tal, pibes - saludó el sobrino de Elena, mientras el petisito solo levantaba la mano derecha.
Los dos se dirigieron a la cocina, seguidos por Elena.
-Voy a buscarles algo para tomar - nos dijo la anciana.
- No se moleste.
- No es molestia - insistió.
Por fin nos quedamos solos.
- Esto es muy raro y misterioso - pensó en voz alta Fede.
- A mí me está dando miedo, ¡yo me voy! - exclamó el Piojo.
- Vos te quedás acá.
- Shh!!!, cállense, que están hablando - les pedí.
Entre murmullos alcancé a escuchar algo como: "es arriesgado, pero la paga es buena"... "el jefe nos espera mañana en la frontera". Elena volvió con vasos llenos de jugo de naranja que bebimos no con poca desconfianza.
- Ya es tarde, nos tenemos que ir - dijo Fede - gracias por todo.
- De nada, vengan cuando quieran y saludos a tu mami.
Con una mezcla de confusión y miedo, salimos de la casona. Pero también, por lo menos yo, un poco más satisfecho: tenía dos nuevas pistas que me permitían seguir investigando.

En la calle pregunté:
- ¿Cómo vamos a hacer para descubrir lo que traman estos dos? 
- ¡Tengo un plan! - exclamó eufórico el Piojo
- A ver... contá antes de que me arrepienta- dijo Fede tratando de no enojarse
- Mañana nos encontramos en la esquina de la escuela, como para ir a clases y para que nuestros padres no sospechen nada. Una vez los tres juntos, nos rateamos. Nos vamos al kiosco de la esquina y vigilamos la casa de Elena...
- Y eso... ¿para qué? - se inquietó Fede.
- Pará, que no terminé -continuó - desde allí podemos ver cuando llegan los "muchachos" del camión frigorífico.
- ¿Y?
- Dejame terminar. Seguro que van a aparecer en algún momento de la mañana. Cuando entren, nosotros llamamos un taxi con mi celular y los seguimos.
Yo escuchaba con atención. La idea del Piojo me había seducido.


CAPÍTULO II : La persecusión y nuevos descubrimientos

A las siete y treinta y cinco, mi mamá me dejó en la puerta del cole. Desde allí pude ver que Fede ya estaba en la esquina y que el Piojo venía caminando y silbando por la avenida rumbo a nosotros. Sin decir una palabra, los tres nos dirigimos hacia el kiosco como habíamos convenido.
Para simular, el Piojo sacó unas fotocopias de Biología y yo, unas de Matemática. Después hablamos de la supuesta hora libre que teníamos y nos sentamos los tres en torno a una de las dos únicas mesitas del lugar, frente a tres alfajores.
A las nueve y cuarenta y ocho, para ser exactos, vimos estacionar el camión frente a la casona. Inmediatamente el Piojo llamó a un taxi. Lo esperamos frente al kiosco y le pedimos al conductor que se estacionara por la avenida y que apenas arrancara el camión lo siguiera. Previo a eso, Fede tuvo que mostrarle los cien pesos que traía para garantizarle al taxista que le íbamos a pagar.
Así comenzó la persecusión: si el camión aminoraba la marcha, nosotros aminorábamos y si aceleraba, acelerábamos manteniendo siempre cierta distancia, para no levantar sospechas. Todo iba muy bien, hasta llegar a la Pueyrredón. Allí el semáforo se puso en rojo justo cuando debíamos cruzar. Vimos cómo el camión se alejaba y nosotros sin poder hacer nada.
Le pedimos al taxista que diera unas vueltas más por ese barrio, pero ni rastros del camión. Ya abatidos, de regreso al centro, Fede gritó:
- ¡Pare acá!
- ¿Qué pasa? - pregunté.
- Mirá el cartel sobre ese galpón.
Leí en voz alta: "La Frontera"
- Para mí que entró ahí, ¿se acuerdan que hablaban de que el jefe los esperaba en "la frontera"?
Por primera vez el taxista abrió la boca para preguntar:
- Chicos, ¿en qué andan? ¿no se estarán metiendo en un lío y en ese lío a mí?
- No se preocupe, no le va a pasar nada. Confíe en nosotros.
- ¿Por qué no confían en mí, que de todos los que estamos acá soy el adulto? ¿no les parece?
El Piojo, siempre abriboca, no pudo con su genio:
- Sospechamos que los del camión frigorífico andan en algo raro. Es posible que sean traficantes.
- ¿De qué? - preguntó el taxista.
- No sabemos, pero son raros. Vio la casa de dónde salió.
- Sí, la vieja casona de los Aguirre...
- No, de la señora Elena Herrera.
- Hablo de antes. Esa casa fue noticia hace unos veinte años atrás.
- ¿Noticia? ¿Por qué? - pregunté.
- Allí murió una mujer envenenada.
- Cuéntenos - pidió Federico.
- Resulta que, en el patio, esa casa tiene un laboratorio. Allí Miguel Aguirre, un viejo bioquímico del barrio -"el científico loco", le decían -, hacía experimentos raros para crear medicamentos "milagrosos". Resulta que probaba la eficacia de ellos con su mujer. Lo que se cuenta es que con uno de esos remedios,  sin querer o... queriendo, la intoxicó a su mujer, provocándole la muerte. Por supuesto, el tipo fue condenado a prisión y misteriosamente,al poco tiempo, murió en la cárcel. Después no supe más nada.
Escuchábamos el relato estupefactos. Estos nuevos descubrimientos encerraban más misterios que había que desentrañar.


Tal como había dicho Fede, al ratito - ya eran las once y media, más o menos, el camión salía marcha atrás por el portón del galpón "La Frontera" y estacionaba sobre la derecha. Detrás de él otro camión tipo blindado de chasis plateado salió también, dirigiéndose hacia el sur.

- Perdonen chicos, pero yo no puedo seguir. Se me hizo tarde y a ustedes el dinero ya se les terminó - manifestó el taxista.
Y nos advirtió:
- Tengan cuidado.
- Nos llama la atención que transporten verduras en cajones de muertos, por eso los investigamos - expliqué.
- Puede ser peligroso, por eso les digo que se cuiden. Tal vez puedan andar en el tráfico de armas.
- Claro - se me ocurrió - las preparan en el viejo laboratorio, las meten en los cajones y las camuflan con verduras haciéndole creer a Elena que las llevan al mercado.
Mi hipótesis podía ser verdadera, pero para confirmarla o desecharla todavía nos quedaba un largo camino.

viernes, 24 de agosto de 2012

PARA LOS ALUMNOS DE 1er. año A y B del Taller de Nazareth y para 1ro. 2da. de la Cultura Inglesa

Chicos: Aquí les dejo el ENLACE para que impriman esa lista de conectores para la próxima clase de Lengua. Nos vemos.

CONECTORES TEXTUALES

jueves, 2 de agosto de 2012


ALUMNOS DE 1ro. 2da. CULTURA INGLESA. AQUÍ LES DEJO EL PRIMER CAPÍTULO DE 1ro. A del Taller PARA QUE LO CONTINÚEN. TAMBIÉN PUEDEN CONTINUAR EL DE 1ro. B que publiqué arriba de este, el 27 de agosto. Nos vemos....


EL DETECTIVE SIGUE SUELTO

CAPÍTULO I: Buscando pistas seguras...

Miré ansioso el reloj. Faltaban diez minutos para que tocara el timbre de salida, pero el tiempo no pasaba nunca. El profesor de Historia, Carlos Monje, insistía en que estudiáramos más y nos portáramos mejor. Un discurso archiconocido por todos nosotros que nunca se detenía en alguna de nuestras cabezas para ser analizado. Es que si no, teníamos que cambiar y eso exigía compromiso, responsabilidad, cosa que no nos gustaba demasiado.
De pronto me distrajo algo que pasaba en la calle. Acababa de estacionar un camión frigorífico en una antigua casa que se encontraba frente a los laterales de la escuela. Se bajó del vehículo un hombre de unos cuarenta años, morocho, alto y forzudo. Lo siguió por detrás otro muchacho más joven petisito, de pelo rubio rizado. Ambos entraron a la casona y salieron a los dos minutos portando un baúl de madera lustrada, tipo cofre, para no decir ataúd, de aproximadamente dos metros de largo por cincuenta centímetros de ancho.
Inmediatamente, miré a Fede y le hice señas para que tomara el papelito que había dejado en un banco vacío que nos separaba a ambos.
El mismo decía: "Acabo de ver algo extraño: dos hombres subieron un baúl de madera en un camión frigorífico, aquí enfrente". Antes de que Monje se diera cuenta, Fede leyó el papelito y me hizo una seña juntando los dedos pulgar, índice y mayor, moviéndolos al unísono. Cosa que yo interpreté como ..."Y... qué tiene de malo". Le hice otra seña de que lo charlaríamos a la salida.
Por suerte el maldito timbre sonó y en pocos minutos, Fede, el Piojo y yo nos encontrábamos en la vereda, pero el camión ya no estaba.
Dos preguntas insistentes comenzaron a ocupar mi cabeza. "¿Quién vivía en esa casa?", "¿qué había dentro del baúl?". Lo más sensato, me dije, sería preguntarle a los vecinos, pero... ¿tendrían las respuestas?

Camino de regreso a casa, con Fede y el Piojo, me pareció ver el camión doblar en la esquina de la avenida Amsterdam. Sí, era el mismo vehículo. Inmediatamente lo seguimos, pero, para lograr mayor eficiencia, nos dividimos la búsqueda. El Piojo dobló por la Baudeliere, yo seguí por la avenida, y Fede la tomó en sentido contrario (Calle 22). Rápidamente Fede pegó un grito: "Por acá, por acá, dobló en la 22". Con el Piojo pegamos media vuelta y enseguida estábamos con Fede. Sin embargo, de la nada, como por arte de magia, el camión desapareció.
Debido a nuestro fallido intento de persecución, cada uno fue a su casa. Absorbido por tareas escolares y extraescolares, de pronto,me di cuenta de que ya era de noche y estaba agotado. Pero, a causa de la impaciencia, no pude dormir. Aprovechando que mis padres se habían ido de viaje, salí a dar una vuelta. Lo hice más que todo para recrear la situación vivida a la salida del cole. Hacía frío, llovía, me puse un abrigo y me fui.
Cuando llegué a la esquina de la Amsterdam, levanté la vista y ahí lo vi, de la nada: el camión frente a la casona, en el barrio de la escuela. De ella salió el mismo hombre con el petisito atrás. Cargaban supuestamente el mismo baúl, aunque esta vez llevaba un candado grande y muy desgastado. Instantáneamente el camión se puso en marcha y desapareció por la 22. Miré mi reloj, eran las cuatro y media de la madrugada, re tarde. No me preocupé tanto por el horario - ya era sábado y no tenía que levantarme temprano - sino por la intriga que todo esto me provocaba y porque albergaba en mí un mal presentimiento.


Una vez en casa, busqué ansioso la libreta de detective para anotar todo, sin olvidar ningún detalle:
- Un camión frigorífico, en Mitre casi Amsterdam,
- Un hombre morocho forzudo y otro peticito,
- Suben baúl tipo ataúd.
- Sábado a la madrugada se repite la escena, pero el baúl tiene candado. ¿Será el mismo?
 Lamenté no haber tomado la patente de ese camión. Luego de registrar lo ocurrido, esa madrugada intenté dormir, pero mis pensamientos no me lo permitían, quería que llegara la mañana para contarles a mis amigos. Decidí levantarme, me hice un café y prendí mi computadora. Anoté en el Google: "Empresas frigoríficas argentinas". Entre otras aparecieron: Alfrío, Riosma S.A., Lisandro de la Torre, Carnes Argentinas, La Octava, Recreo... Ojeé nuevamente la página que me mostraba mi monitor y me detuve en el cuarto título: "Carnes Argentinas", porque recordaba que el camión que habíamos visto, tenía sobre el chasis, desgastadas y borroneadas en un pálido azul, las letras "C" y "A" en mayúscula. Cada una como comienzo de una palabra, seguidas por otras que no se alcanzaban a distinguir.
Mi "intuición masculina" me llevó a decir en voz alta:
- Seguro que es esta.
Hice click en "Carnes Argentinas" y leí entre líneas: "la más auténtica y nacional", "fundada en 1953", "envíos al Interior".
Estaba ansioso por reencontrarme con los chicos. Mis padres recién llegarían a la tardecita. Tenía toda la casa par mí solo. Así que llamé a Fede, al Piojo y los invité a almorzar.
Durante la comida -consistente en "mostaza y panchos", ya que lo primero era lo que sobraba, lo otro era un poco escaso para tres adolescentes en crecimiento-, charlamos del asunto. El Piojo, que ese día estaba inspirado, formuló una hipótesis más que interesante:
- Para mí que estos tipos andan en algún ritual relacionado con la muerte de personas o animales, lo digo por el baúl que parece ataúd.
- Sí, puede ser.
- Y... ¿si lo consultamos a don Manuel, el de la mueblería? Me contó mi abuelo que trabajó muchos años en una funeraria - propuso Fede.
- Dale - contesté - ¿estará abierto hoy sábado por la tarde?
- Sí, estoy seguro - acotó el Piojo - hace como dos sábados atrás acompañé a mi bisabuela a comprar una lámpara de no sé qué año, re vieja, porque también vende antigûedades.
- ¿Qué hora es? - pregunté.
- Las cuatro.
- Esperemos media hora. Seguramente abre más o menos a esa hora.
- Bueno.

Entramos al negocio después de haber visto en la vidriera un baúl semejante al que los sospechosos habían subido al camión . Nos atendió el mismo don Manuel, un hombre de más o menos setenta años, de piel muy arrugada por el paso del tiempo, con unos anteojos que parecían dos platos grandes. Sin dudarlo, le pregunté si aquel baúl era el único que tenía a la venta.
- No, justo hace dos días más o menos un hombre morocho me ofreció pagar un alto precio por otro parecido.
- ¿Es un ataúd?
- No exactamente. Es un arcón elaborado en madera de haya, con ensambladuras en cola de milano manual.
- ¿Qué medidas tiene? - pregunté.
- Más o menos un metro noventa de largo por sesenta centímetros de ancho y cincuenta de altura. 
Las medidas también coincidían.
- ¡Qué linda decoración!-agregó el Piojo.
- Sí, está decorado en talla, tanto en la tapa como en el frente, con rosetones de origen medieval. Pintado con extracto de nogal natural y barniz al agua. Bien, chicos - nos cortó - ¿qué es exactamente lo que quieren?, vayan al grano.
Me pareció que la voz de don Manuel sonaba agradable. En ese momento creí que intuía algo y estaba dispuesto a ayudarnos, me inspiraba confianza, por eso me atreví:
- El viernes, al mediodía, vimos algo extraño frente a la escuela. Un camión frigorífico...
No me dejó terminar y me pareció nervioso:
- Y... ¿qué tiene de extraño eso?
Antes de que los chicos abrieran la boca y metieran la pata, me adelanté.
- No, nada, extraño..., extraño..., lo que se dice extraño, no. Pero... nunca lo habíamos visto.
- Ay, chicos, alguna vez tiene que ser la primera. ¿Qué buscan? - insistió - no me hagan perder el tiempo que tengo mucho que hacer.
Para salir del aprieto, Fede le preguntó el precio de no sé qué jarrón que había en la sala donde nos hallábamos, porque le gustaba a su tía y la mamá le dijo que averiguara cuánto costaba.
- Quinientos pesos - contestó a secas. Pude ver un dejo de preocupación en su cara.
- Graciaaaaas - dijo Fede mientras los tres enfilábamos para la puerta de salida.


- ¡Qué tipo raro! - exclamó el Piojo, cuando doblábamos la esquina.
- Sí, me pareció que nos iba a ayudar, pero, de repente, zas!!!, cambió el humor - agregó Fede.
- No sé por qué, pero creo que vamos a tener que vigilarlo a él también: o es de la banda de los del frigorífico o sabe algo groso.
- Sí - me contestó Fede -  y con mucho tacto, porque tal vez ya se haya dado cuenta de que nosotros sabemos algo.
- ¡Andá!, ¿qué sabemos? - nos gritó el Piojo.
- Shh!!!, hablá más bajo. Nos pueden oír.
- Ufa!! esto parece una película policial.
- Peor todavía, porque es de verdad - acoté - esto es como un plato de lentejas:"o lo tomas o lo dejas".

Nos despedimos en Colón y Santa Fe y cada uno se fue a su casa. Yo debía estar en la mía antes de que mis papás llegaran.


Acomodé y barrí la cocina. Sacudí los almohadones del sillón. Arreglé mi cama, llevé la ropa sucia al lavadero y finalmente me bañé.
Mientras esperaba a mis papás, me hice una chocolatada bien fría. Luego, con el vaso en la mano izquierda, me dirigí al escritorio donde tengo la compu, me agaché para atarme un cordón de la zapatilla que se me había desatado. Durante esta destreza, por un descuido, apoyé mal el vaso sobre una repisita en la que mi mamá tiene unos libros, este se derramó y el contenido casi completo cayó sobre el piso salpicando a casi todos los libros de la repisita.
Volé a la cocina a buscar un trapo y con la misma velocidad regresé al escritorio y sequé todo lo mejor que pude. Solo un libro pareció no salvarse del enchastre. Así que lo saqué del estante, lo di vuelta y vaya sorpresa. Leí "Drácula". Este título hubiera pasado desapercibido ante mis ojos, ya que si bien había sentido hablar de esa historia y algo conocía de la misma, en ese momento no me interesaba. Pero, la imagen de la tapa captó toda mi atención: un baúl tipo ataúd abierto,lleno de tierra en su interior.
Escuché, de pronto, el ruido de la llave en el portón del garage. Mis padres habían regresado.
Después de los afectuosos saludos del reencuentro, de las rutinarias preguntas de mi mamá "¿comiste? ¿te bañaste? ¿estudiaste?....", seguidas de mis "sí, sí,sí" y de ayudar a mi papá a bajar el equipaje, le conté a mi mamá lo que me había pasado con el libro Drácula y se lo mostré.
- No es nada, fue un accidente, no está tan manchado. Es el mejor libro de terror que me dieron para leer en la secundaria.
- ¿Qué tiene que ver este ataúd con tierra adentro?
Entusiasmadísima con la pregunta mi mamá se embaló.
-  El Conde Drácula, cuando sale de Transilvania, su ciudad natal, debe hacerlo metido en un cajón con tierra de su Patria para no perder los poderes que tiene. Quiere convertir en vampiros a todos los habitantes de Londres, por eso alquila muchas propiedades allí, en diferentes puntos de esa capital, como siete, pero antes manda por barco siete ataúdes cargados de tierra (uno para cada casa) de Transilvania para poder descansar durante el día, momento en que lo hacen los vampiros.
Yo escuchaba absorto el relato, me pareció alucinante.
- ¿Me lo prestás, mami?
- Claro, vas a ver qué bueno es. Y con chocolatada encima, además, rico... - se rió mi mamá.