ALUMNOS DE 1ro. 2da. CULTURA INGLESA. AQUÍ LES DEJO EL PRIMER CAPÍTULO DE 1ro. A del Taller PARA QUE LO CONTINÚEN. TAMBIÉN PUEDEN CONTINUAR EL DE 1ro. B que publiqué arriba de este, el 27 de agosto. Nos vemos....
EL DETECTIVE SIGUE SUELTO
CAPÍTULO I: Buscando pistas seguras...
Miré ansioso el reloj. Faltaban diez minutos para que tocara el timbre de salida, pero el tiempo no pasaba nunca. El profesor de Historia, Carlos Monje, insistía en que estudiáramos más y nos portáramos mejor. Un discurso archiconocido por todos nosotros que nunca se detenía en alguna de nuestras cabezas para ser analizado. Es que si no, teníamos que cambiar y eso exigía compromiso, responsabilidad, cosa que no nos gustaba demasiado.
De pronto me distrajo algo que pasaba en la calle. Acababa de
estacionar un camión frigorífico en una antigua casa que se encontraba frente a
los laterales de la escuela. Se bajó del vehículo un hombre de unos cuarenta
años, morocho, alto y forzudo. Lo siguió por detrás otro muchacho más joven
petisito, de pelo rubio rizado. Ambos entraron a la casona y salieron a los dos
minutos portando un baúl de madera lustrada, tipo cofre, para no decir ataúd,
de aproximadamente dos metros de largo por cincuenta centímetros de ancho.
Inmediatamente, miré a Fede y le hice señas para que tomara el
papelito que había dejado en un banco vacío que nos separaba a ambos.
El mismo decía: "Acabo de ver algo extraño: dos hombres subieron
un baúl de madera en un camión frigorífico, aquí enfrente". Antes de que
Monje se diera cuenta, Fede leyó el papelito y me hizo una seña juntando los
dedos pulgar, índice y mayor, moviéndolos al unísono. Cosa que yo interpreté
como ..."Y... qué tiene de malo". Le hice otra seña de que lo
charlaríamos a la salida.
Por suerte el maldito timbre sonó y en pocos minutos, Fede, el Piojo y
yo nos encontrábamos en la vereda, pero el camión ya no estaba.
Dos preguntas insistentes comenzaron a ocupar mi cabeza. "¿Quién
vivía en esa casa?", "¿qué había dentro del baúl?". Lo más
sensato, me dije, sería preguntarle a los vecinos, pero... ¿tendrían las
respuestas?
Camino de regreso a casa, con Fede y el Piojo, me pareció ver el
camión doblar en la esquina de la avenida Amsterdam. Sí, era el mismo vehículo.
Inmediatamente lo seguimos, pero, para lograr mayor eficiencia, nos dividimos la
búsqueda. El Piojo dobló por la Baudeliere, yo seguí por la avenida, y Fede la
tomó en sentido contrario (Calle 22). Rápidamente Fede pegó un grito: "Por
acá, por acá, dobló en la 22". Con el Piojo pegamos media vuelta y
enseguida estábamos con Fede. Sin embargo, de la nada, como por arte de magia,
el camión desapareció.
Debido a nuestro fallido intento de persecución, cada uno fue a su
casa. Absorbido por tareas escolares y extraescolares, de pronto,me di cuenta
de que ya era de noche y estaba agotado. Pero, a causa de la impaciencia, no
pude dormir. Aprovechando que mis padres se habían ido de viaje, salí a dar una
vuelta. Lo hice más que todo para recrear la situación vivida a la salida del
cole. Hacía frío, llovía, me puse un abrigo y me fui.
Cuando llegué a la esquina de la Amsterdam, levanté la vista y ahí lo
vi, de la nada: el camión frente a la casona, en el barrio de la escuela. De
ella salió el mismo hombre con el petisito atrás. Cargaban supuestamente el
mismo baúl, aunque esta vez llevaba un candado grande y muy desgastado.
Instantáneamente el camión se puso en marcha y desapareció por la 22. Miré mi
reloj, eran las cuatro y media de la madrugada, re tarde. No me preocupé tanto
por el horario - ya era sábado y no tenía que levantarme temprano - sino por la
intriga que todo esto me provocaba y porque albergaba en mí un mal
presentimiento.
Una vez en casa, busqué ansioso la libreta de detective para anotar
todo, sin olvidar ningún detalle:
- Un camión frigorífico, en Mitre casi Amsterdam,
- Un camión frigorífico, en Mitre casi Amsterdam,
- Un hombre morocho forzudo y otro peticito,
- Suben baúl tipo ataúd.
- Sábado a la madrugada se repite la escena, pero el baúl tiene
candado. ¿Será el mismo?
Lamenté no haber tomado la patente de ese camión. Luego de
registrar lo ocurrido, esa madrugada intenté dormir, pero mis pensamientos no
me lo permitían, quería que llegara la mañana para contarles a mis amigos.
Decidí levantarme, me hice un café y prendí mi computadora. Anoté en el Google:
"Empresas frigoríficas argentinas". Entre otras aparecieron: Alfrío,
Riosma S.A., Lisandro de la Torre, Carnes Argentinas, La Octava, Recreo... Ojeé
nuevamente la página que me mostraba mi monitor y me detuve en el cuarto
título: "Carnes Argentinas", porque recordaba que el camión que
habíamos visto, tenía sobre el chasis, desgastadas y borroneadas en un pálido
azul, las letras "C" y "A" en mayúscula. Cada una como
comienzo de una palabra, seguidas por otras que no se alcanzaban a distinguir.
Mi "intuición masculina" me llevó a decir en voz alta:
- Seguro que es esta.
Hice click en "Carnes Argentinas" y leí entre líneas:
"la más auténtica y nacional", "fundada en 1953",
"envíos al Interior".
Estaba ansioso por reencontrarme con los chicos. Mis padres recién
llegarían a la tardecita. Tenía toda la casa par mí solo. Así que llamé a Fede,
al Piojo y los invité a almorzar.
Durante la comida -consistente en "mostaza y panchos", ya
que lo primero era lo que sobraba, lo otro era un poco escaso para tres
adolescentes en crecimiento-, charlamos del asunto. El Piojo, que ese día estaba
inspirado, formuló una hipótesis más que interesante:
- Para mí que estos tipos andan en algún ritual relacionado con la
muerte de personas o animales, lo digo por el baúl que parece ataúd.
- Sí, puede ser.
- Y... ¿si lo consultamos a don Manuel, el de la mueblería? Me contó
mi abuelo que trabajó muchos años en una funeraria - propuso Fede.
- Dale - contesté - ¿estará abierto hoy sábado por la tarde?
- Sí, estoy seguro - acotó el Piojo - hace como dos sábados atrás
acompañé a mi bisabuela a comprar una lámpara de no sé qué año, re vieja,
porque también vende antigûedades.
- ¿Qué hora es? - pregunté.
- Las cuatro.
- Esperemos media hora. Seguramente abre más o menos a esa hora.
- Bueno.
Entramos al negocio después de haber visto en la vidriera un baúl semejante al que los sospechosos habían subido al camión . Nos atendió el mismo don Manuel, un hombre de más o menos setenta años, de piel muy arrugada por el paso del tiempo, con unos anteojos que parecían dos platos grandes. Sin dudarlo, le pregunté si aquel baúl era el único que tenía a la venta.
- No, justo hace dos días más o menos un hombre morocho me ofreció
pagar un alto precio por otro parecido.
- ¿Es un ataúd?
- No exactamente. Es un arcón elaborado en madera de haya, con
ensambladuras en cola de milano manual.
- ¿Qué medidas tiene? - pregunté.
- Más o menos un metro noventa de largo por sesenta centímetros de
ancho y cincuenta de altura.
Las medidas también coincidían.
- ¡Qué linda decoración!-agregó el Piojo.
- Sí, está decorado en talla, tanto en la tapa como en el frente, con
rosetones de origen medieval. Pintado con extracto de nogal natural y barniz al
agua. Bien, chicos - nos cortó - ¿qué es exactamente lo que quieren?, vayan al
grano.
Me pareció que la voz de don Manuel sonaba agradable. En ese momento
creí que intuía algo y estaba dispuesto a ayudarnos, me inspiraba confianza,
por eso me atreví:
- El viernes, al mediodía, vimos algo extraño frente a la escuela. Un
camión frigorífico...
No me dejó terminar y me pareció nervioso:
- Y... ¿qué tiene de extraño eso?
Antes de que los chicos abrieran la boca y metieran la pata, me
adelanté.
- No, nada, extraño..., extraño..., lo que se dice extraño, no.
Pero... nunca lo habíamos visto.
- Ay, chicos, alguna vez tiene que ser la primera. ¿Qué buscan? -
insistió - no me hagan perder el tiempo que tengo mucho que hacer.
Para salir del aprieto, Fede le preguntó el precio de no sé qué jarrón
que había en la sala donde nos hallábamos, porque le gustaba a su tía y la mamá
le dijo que averiguara cuánto costaba.
- Quinientos pesos - contestó a secas. Pude ver un dejo de
preocupación en su cara.
- Graciaaaaas - dijo Fede mientras los tres enfilábamos para la puerta
de salida.
- ¡Qué tipo raro! - exclamó el Piojo, cuando doblábamos la esquina.
- Sí, me pareció que nos iba a ayudar, pero, de repente, zas!!!,
cambió el humor - agregó Fede.
- No sé por qué, pero creo que vamos a tener que vigilarlo a él
también: o es de la banda de los del frigorífico o sabe algo groso.
- Sí - me contestó Fede - y con mucho tacto, porque tal vez ya
se haya dado cuenta de que nosotros sabemos algo.
- ¡Andá!, ¿qué sabemos? - nos gritó el Piojo.
- Shh!!!, hablá más bajo. Nos pueden oír.
- Ufa!! esto parece una película policial.
- Peor todavía, porque es de verdad - acoté - esto es como un plato de
lentejas:"o lo tomas o lo dejas".
Nos despedimos en Colón y Santa Fe y cada uno se fue a su casa. Yo
debía estar en la mía antes de que mis papás llegaran.
Acomodé y barrí la cocina. Sacudí los almohadones del sillón. Arreglé mi cama,
llevé la ropa sucia al lavadero y finalmente me bañé.
Mientras esperaba a mis papás, me hice una chocolatada bien fría.
Luego, con el vaso en la mano izquierda, me dirigí al escritorio donde tengo la
compu, me agaché para atarme un cordón de la zapatilla que se me había
desatado. Durante esta destreza, por un descuido, apoyé mal el vaso sobre una
repisita en la que mi mamá tiene unos libros, este se derramó y el contenido
casi completo cayó sobre el piso salpicando a casi todos los libros de la
repisita.
Volé a la cocina a buscar un trapo y con la misma velocidad regresé al
escritorio y sequé todo lo mejor que pude. Solo un libro pareció no salvarse
del enchastre. Así que lo saqué del estante, lo di vuelta y vaya sorpresa. Leí
"Drácula". Este título hubiera pasado desapercibido ante mis ojos, ya
que si bien había sentido hablar de esa historia y algo conocía de la misma, en
ese momento no me interesaba. Pero, la imagen de la tapa captó toda mi
atención: un baúl tipo ataúd abierto,lleno de tierra en su interior.
Escuché, de pronto, el ruido de la llave en el portón del garage. Mis
padres habían regresado.
Después de los afectuosos saludos del reencuentro, de las rutinarias
preguntas de mi mamá "¿comiste? ¿te bañaste? ¿estudiaste?....",
seguidas de mis "sí, sí,sí" y de ayudar a mi papá a bajar el
equipaje, le conté a mi mamá lo que me había pasado con el libro Drácula y se
lo mostré.
- No es nada, fue un accidente, no está tan manchado. Es el mejor
libro de terror que me dieron para leer en la secundaria.
- ¿Qué tiene que ver este ataúd con tierra adentro?
Entusiasmadísima con la pregunta mi mamá se embaló.
- El Conde Drácula, cuando sale de Transilvania, su ciudad
natal, debe hacerlo metido en un cajón con tierra de su Patria para no perder
los poderes que tiene. Quiere convertir en vampiros a todos los habitantes de
Londres, por eso alquila muchas propiedades allí, en diferentes puntos de esa
capital, como siete, pero antes manda por barco siete ataúdes cargados de
tierra (uno para cada casa) de Transilvania para poder descansar durante el
día, momento en que lo hacen los vampiros.
Yo escuchaba absorto el relato, me pareció alucinante.
- ¿Me lo prestás, mami?
- Claro, vas a ver qué bueno es. Y con chocolatada encima, además,
rico... - se rió mi mamá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario