lunes, 27 de agosto de 2012

ALUMNOS DE 1ro. 2da. CULTURA INGLESA. AQUÍ LES DEJO EL PRIMER CAPÍTULO DE 1ro. B del Taller PARA QUE LO CONTINÚEN. TAMBIÉN PUEDEN CONTINUAR EL DE 1ro. A que publiqué más abajo, el 2 de agosto. Nos vemos....

EL DETECTIVE SIGUE SUELTO

CAPÍTULO I : Verduras fúnebres

Miré ansioso el reloj. Faltaban diez minutos para que tocara el timbre de salida, pero el tiempo no pasaba nunca. El profesor de Historia, Carlos Monje, insistía en que estudiáramos más y nos portáramos mejor. Un discurso archiconocido por todos nosotros que nunca se detenía en alguna de nuestras cabezas para ser analizado. Es que si no, teníamos que cambiar y eso exigía compromiso, responsabilidad, cosa que no nos gustaba demasiado.
De pronto me distrajo algo que pasaba en la calle. Acababa de estacionar un camión frigorífico en una antigua casa que se encontraba frente a los laterales de la escuela. Se bajó del vehículo un hombre de unos cuarenta años, morocho, alto y forzudo. Lo siguió por detrás otro muchacho más joven petisito, de pelo rubio rizado. Ambos entraron a la casona y salieron a los dos minutos portando un baúl de madera lustrada, tipo cofre, para no decir ataúd, de aproximadamente dos metros de largo por cincuenta centímetros de ancho.
Inmediatamente, miré a Fede y le hice señas para que tomara el papelito que había dejado en un banco vacío que nos separaba a ambos.
El mismo decía: "Acabo de ver algo extraño: dos hombres subieron un baúl de madera en un camión frigorífico, aquí enfrente". Antes de que Monje se diera cuenta, Fede leyó el papelito y me hizo una seña juntando los dedos pulgar, índice y mayor, moviéndolos al unísono. Cosa que yo interpreté como ..."Y... qué tiene de malo". Le hice otra seña de que lo charlaríamos a la salida.
Por suerte el maldito timbre sonó y en pocos minutos, Fede, el Piojo y yo nos encontrábamos en la vereda, pero el camión ya no estaba.
Mientras yo intentaba explicarle una y otra vez al Piojo lo que había visto, Fede, para ganar tiempo, decidió ir a preguntarle a los vecinos de la casa antigua para saber si ellos habían visto algo sospechoso o extraño.
Como no regresaba, dejamos la explicación y fuimos a buscarlo casa por casa, pero no lo hallábamos.
De repente, apareció con una mala noticia: ningún vecino se encontraba, por lo tanto el misterio continuaba.
Se nos estaba haciendo tarde así que decidimos volver a nuestras casas e intentar, por la tarde, en lo de Fede, desenlazar el nudo que estábamos haciendo. A las cinco en punto, el Piojo y yo tocábamos el timbre de la familia Dávila. Nos atendió Fede con la cara de recién levantarse.
Enseguida nos abocamos a trabajar en lo que nos interesaba. Buscamos en Internet algo sobre la marca estampada en el chasis del camión frigorífico en cuestión, pero nada...
- ¿O sea que los de la empresa fririgorífica no existen?
- Es fri-go-rí-fi-ca, Piojo- dijo Fede enseguida, para no empezar a discutir.
- Exacto, no existen - aseguré - o sea que el forzudo y el petiso no son empleados del frigorífico, entonces de quién.
En ese momento, llegó la mamá de Fede para preguntarnos si queríamos comer algo. Obviamente Fede la echó enseguida. Apenas cerraba la puerta, sonó el teléfono.
- Atendé vos, hijo, estoy ocupada.
Con pocas ganas Fede tomó el auricular. La voz del otro lado le pedía por su mamá.
- Es para vos, vieja.
Mientras esperábamos que Fede volviera de la cocina con unas masitas, escuchamos a su mamá hablar muy contenta por teléfono. Fede llegó con una panera y tres chocolatadas que nos apuramos a devorar. Al ratito, nos interrumpió Sonia, la mamá de Fede, para contarle a su hijo que había llamado Elena, su vieja amiga, la que vivía en la casa antigua frente al colegio y que le mandaba saludos.
Inmediatamente nos dimos cuenta de que Elena nos podría servir para averiguar lo que buscábamos.
Inventamos la excusa de que nos habíamos reunido para hacer un trabajo de investigación asignado por la profe de Formación Ética y Ciudadana, cuyo tema era "el barrio de la escuela". Por eso le pedimos a Sonia que nos contactara con la amiga que hacía minutos la había llamado.
- Sí!!! No va a haber problemas. La vuelvo a llamar y le pregunto si los puede atender ahora mismo, así no pierden tiempo ¿quieren?
Por supuesto que asentimos al acto. En menos de quince minutos volvió la mamá de Fede con la noticia de que Elena nos esperaba a las siete de la tarde.
- Cuando vayan, Fede presentate como "el hijo se Sonia".
- Obvio, mami!!!

- Chicos, acá no hay nadie, vámonos. - Pará, Piojo, un buen detective no se rinde tan rápido - le dije tratando de alentarlo.
- Es verdad, esperemos un rato más - me apoyó Fede.
Después de unos diez minutos, nos atendieron. Elena era un señora grande, de unos setenta años.
- Y ustedes, ¿quiénes son?
- Soy el hijo de Sonia - respondió Fede.
- Ah, sí, me dijo que vendrían. Pasen, pasen.
Nos preguntó qué necesitábamos. Era bastante grande, quizás contaba con más de setenta, porque parecía tener problemas con la memoria. No recordaba mucho lo que le había dicho Sonia. Así que nos fue más fácil interrogarla, pues no tuvimos que explicarle demasiado.
- Venimos a hacerle unas preguntas del barrio.
- Pregunten, pregunten, nomás.
Me había olvidado la libretita de detective en casa, así que tuve que conformarme con hacer anotaciones provisorias en un papelito medio arrugado que había encontrado en el cuarto de Fede.
- ¿Empezamos?
- Sí, sí - insistió Elena.
-¿Cuánto hace que vive aquí?
- Y... casi toda una vida: casi cuarenta y cinco años, desde que me casé.
- ¿Alguna vez, vio algo extraño en el barrio?
- Extraño, extraño... ¿como qué?
- ¿ Algún vehículo, un camión, por ejemplo, o gente rara? - se atrevió a preguntar Fede.
- Ah!, pero eso no tiene nada de raro. Son mi sobrino, Matías, y su amigo Juan cargando las verduras de mi huerta para llevar al mercado.
Mientras trataba de dibujar en mi cabeza la absurda escena de un cajón de muertos lleno de verduras, sonó el timbre.
- Ya vengo, chicos.
Nos miramos con Fede, pero no pudimos enunciar palabra porque, en un segundo, entraban al comedor donde nos hallábamos los dos tipos del camión frigorífico.
- Pasen, pasen, estoy con el hijo de una amiga y sus amigos.
- ¡¡Hola!! - saludamos casi a coro.
- Qué tal, pibes - saludó el sobrino de Elena, mientras el petisito solo levantaba la mano derecha.
Los dos se dirigieron a la cocina, seguidos por Elena.
-Voy a buscarles algo para tomar - nos dijo la anciana.
- No se moleste.
- No es molestia - insistió.
Por fin nos quedamos solos.
- Esto es muy raro y misterioso - pensó en voz alta Fede.
- A mí me está dando miedo, ¡yo me voy! - exclamó el Piojo.
- Vos te quedás acá.
- Shh!!!, cállense, que están hablando - les pedí.
Entre murmullos alcancé a escuchar algo como: "es arriesgado, pero la paga es buena"... "el jefe nos espera mañana en la frontera". Elena volvió con vasos llenos de jugo de naranja que bebimos no con poca desconfianza.
- Ya es tarde, nos tenemos que ir - dijo Fede - gracias por todo.
- De nada, vengan cuando quieran y saludos a tu mami.
Con una mezcla de confusión y miedo, salimos de la casona. Pero también, por lo menos yo, un poco más satisfecho: tenía dos nuevas pistas que me permitían seguir investigando.

En la calle pregunté:
- ¿Cómo vamos a hacer para descubrir lo que traman estos dos? 
- ¡Tengo un plan! - exclamó eufórico el Piojo
- A ver... contá antes de que me arrepienta- dijo Fede tratando de no enojarse
- Mañana nos encontramos en la esquina de la escuela, como para ir a clases y para que nuestros padres no sospechen nada. Una vez los tres juntos, nos rateamos. Nos vamos al kiosco de la esquina y vigilamos la casa de Elena...
- Y eso... ¿para qué? - se inquietó Fede.
- Pará, que no terminé -continuó - desde allí podemos ver cuando llegan los "muchachos" del camión frigorífico.
- ¿Y?
- Dejame terminar. Seguro que van a aparecer en algún momento de la mañana. Cuando entren, nosotros llamamos un taxi con mi celular y los seguimos.
Yo escuchaba con atención. La idea del Piojo me había seducido.


CAPÍTULO II : La persecusión y nuevos descubrimientos

A las siete y treinta y cinco, mi mamá me dejó en la puerta del cole. Desde allí pude ver que Fede ya estaba en la esquina y que el Piojo venía caminando y silbando por la avenida rumbo a nosotros. Sin decir una palabra, los tres nos dirigimos hacia el kiosco como habíamos convenido.
Para simular, el Piojo sacó unas fotocopias de Biología y yo, unas de Matemática. Después hablamos de la supuesta hora libre que teníamos y nos sentamos los tres en torno a una de las dos únicas mesitas del lugar, frente a tres alfajores.
A las nueve y cuarenta y ocho, para ser exactos, vimos estacionar el camión frente a la casona. Inmediatamente el Piojo llamó a un taxi. Lo esperamos frente al kiosco y le pedimos al conductor que se estacionara por la avenida y que apenas arrancara el camión lo siguiera. Previo a eso, Fede tuvo que mostrarle los cien pesos que traía para garantizarle al taxista que le íbamos a pagar.
Así comenzó la persecusión: si el camión aminoraba la marcha, nosotros aminorábamos y si aceleraba, acelerábamos manteniendo siempre cierta distancia, para no levantar sospechas. Todo iba muy bien, hasta llegar a la Pueyrredón. Allí el semáforo se puso en rojo justo cuando debíamos cruzar. Vimos cómo el camión se alejaba y nosotros sin poder hacer nada.
Le pedimos al taxista que diera unas vueltas más por ese barrio, pero ni rastros del camión. Ya abatidos, de regreso al centro, Fede gritó:
- ¡Pare acá!
- ¿Qué pasa? - pregunté.
- Mirá el cartel sobre ese galpón.
Leí en voz alta: "La Frontera"
- Para mí que entró ahí, ¿se acuerdan que hablaban de que el jefe los esperaba en "la frontera"?
Por primera vez el taxista abrió la boca para preguntar:
- Chicos, ¿en qué andan? ¿no se estarán metiendo en un lío y en ese lío a mí?
- No se preocupe, no le va a pasar nada. Confíe en nosotros.
- ¿Por qué no confían en mí, que de todos los que estamos acá soy el adulto? ¿no les parece?
El Piojo, siempre abriboca, no pudo con su genio:
- Sospechamos que los del camión frigorífico andan en algo raro. Es posible que sean traficantes.
- ¿De qué? - preguntó el taxista.
- No sabemos, pero son raros. Vio la casa de dónde salió.
- Sí, la vieja casona de los Aguirre...
- No, de la señora Elena Herrera.
- Hablo de antes. Esa casa fue noticia hace unos veinte años atrás.
- ¿Noticia? ¿Por qué? - pregunté.
- Allí murió una mujer envenenada.
- Cuéntenos - pidió Federico.
- Resulta que, en el patio, esa casa tiene un laboratorio. Allí Miguel Aguirre, un viejo bioquímico del barrio -"el científico loco", le decían -, hacía experimentos raros para crear medicamentos "milagrosos". Resulta que probaba la eficacia de ellos con su mujer. Lo que se cuenta es que con uno de esos remedios,  sin querer o... queriendo, la intoxicó a su mujer, provocándole la muerte. Por supuesto, el tipo fue condenado a prisión y misteriosamente,al poco tiempo, murió en la cárcel. Después no supe más nada.
Escuchábamos el relato estupefactos. Estos nuevos descubrimientos encerraban más misterios que había que desentrañar.


Tal como había dicho Fede, al ratito - ya eran las once y media, más o menos, el camión salía marcha atrás por el portón del galpón "La Frontera" y estacionaba sobre la derecha. Detrás de él otro camión tipo blindado de chasis plateado salió también, dirigiéndose hacia el sur.

- Perdonen chicos, pero yo no puedo seguir. Se me hizo tarde y a ustedes el dinero ya se les terminó - manifestó el taxista.
Y nos advirtió:
- Tengan cuidado.
- Nos llama la atención que transporten verduras en cajones de muertos, por eso los investigamos - expliqué.
- Puede ser peligroso, por eso les digo que se cuiden. Tal vez puedan andar en el tráfico de armas.
- Claro - se me ocurrió - las preparan en el viejo laboratorio, las meten en los cajones y las camuflan con verduras haciéndole creer a Elena que las llevan al mercado.
Mi hipótesis podía ser verdadera, pero para confirmarla o desecharla todavía nos quedaba un largo camino.

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