Eternidad en abril
Siento mucho frío. Una habitación rígida.
Nada cobra movimiento. Sólo yo inclino mi oído hacia tu corazón que late con
las fuerzas del que tiene miedo. Mucho miedo.
Tus ojos me miran, grisáceos y opacos. Me
piden que los ayude a quedarse un poco más. Te miro y me quedo detenida en el
tiempo. Nos entrelazamos en la historia que nos hizo protagonistas.
Una línea de tiempo diseñada desde siempre
por las manos de Dios.
Tenías veintitrés años. Te aferraste a un
sueño. Escapaste de quienes quisieron amarrarlo. Me llevabas en tu ser como un
canto de libertad, como una paloma que buscaba su nido. Un rosario de amor en
medio de las adversidades. Creaste todo lo que había a tu alrededor. Desde el
sustento diario hasta los ajuares, los bordados y los colores de los tejidos.
Me ponía a tu lado, curiosa de todo tu andar.
La casa estaba en medio de 4 hectáreas sembradas. En dos de ellas
destellante amarillo casi anaranjado maizal, en otra azulado alfalfar, a su vez
recuadrando el paisaje, las calles, que
me llevaban imaginariamente a otros lugares, de un lado un pueblo casi al
límite con mi provincia, la otra me dejaba ver las casas de mis vecinos, que
también tenían unas hectáreas con girasol, cebada, avena. Alrededor de la casa
un enorme patio. Al frente varios paraísos que hacían la delicia de mi olfato
con su perfume primaveral, de mis ojos con el violáceo de sus flores frescas y
silvestres. Dos eucaliptos transpirados de menta presidían un camino arbolado hacia
“la puertita de la calle”, alegre trayecto donde me enseñabas a andar en
bicicleta. A los costados, mandarinos y naranjos de subyugante aroma de
azahares, delicias de siestas invernales compartidas. Detrás de la casa
muchos paraísos y mil hojas, acacias y
naranjo amargo. Detrás de la casa, a unos metros, media hectárea sembrada de
papas con sus hojas verde oscuro y flores blancas. Seguía tus pasos limpiando
malezas Por las noches los rezos con temor a que llegara mi padre, aprendimos el padre nuestro, ave maría y
gloria. Los ruidos de la llegada enmudecían las plegarias que quedaron en
mi mente y en mi corazón. Tu bendita
siembra. Me quedaba extasiada con la mezcla de aromas que la brisa
trasladaba a mis pasos. Sandías verdes de rojo corazón, melones anaranjados,
papas, cebollas que traspasaban mi cerebro y mis neuronas. Sustento tan
preciado que vos convertías en abundantes y deliciosos manjares.
La casa tenía techo de chapas de cinc
cubiertos por pastos secos para protección de las altas temperaturas. Las
lluvias eran el sonido más bello que resonaba en mis oídos. No había apuros ni
compromisos. Acurrucada en tu falda, al calor de la cocina a leña esperando las
tostadas de inolvidable aroma. Era la
vida en toda su potencia y esplendor. El patio casi plateado por la luz
nocturna dejaba ver tu barrido diario formando estelas por la suavidad del
artesanal dibujo. En el jardín los claveles
rojos, las rosas blancas y amarillas. Conejitos
apelmazaditos y perfumados, caléndulas, pensamientos amarillos y rojos, crestas de pavo de color bordó, los
crisantemos y las dalias de vivos colores y los junquillos, eran en conjunto un
espectáculo único y trascendente. Despertaban en mi ser admiración hacia esa
verdadera obra de arte de la naturaleza y de tus manos co creadoras. Camino a
la calle el montecito, otro cuadro de la
naturaleza en donde también tus ojos y tus manos le dieron forma. Duraznos
rosados tan grandes que cuando caían en su madurez se deshacían en el suelo, duraznos blancos también amarillos y rosados. Diferentes
variedades de ciruelas, de color verde,
amarillas. El atardecer preanunciaba las delicias de la cena entre aroma
a duraznos cocidos, el humo del fuego encendido y la reunión familiar. Todo
giraba en torno a tu creatividad y a tu inmenso amor.
Se
enredaron mis sueños entre los azahares, el perfume de los duraznos, el rojo de
los claveles, la savia del alfalfar.
Entre las grietas de tus manos sacrificadas, los cuadritos de tu pañuelo, el
cinturón que forjaba tu cintura, el rojo de tus labios pintados y el sonido de tus tacos altos
los domingos por la tarde. Tu hermosa sonrisa. Las novelas de las tardes, tus
lágrimas escondidas, tus exigencias. Con los seis de enero de juguetes nuevos y
olor a madera.
Es abril. Tengo mucho frío. Seguiremos
dibujando nuestra línea de tiempo en la inmensa tela de la eternidad, adornada
con estrellas y música de todo el universo en su plenitud.
Septiembre de 2012.
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